lunes, 28 de marzo de 2016

Resumen de la Historia de España

Introducción

Los Reyes Católicos, Carlos I / V y Felipe II, son los personajes históricos más conocidos porque corresponden a un perfil casi de leyenda y porque fueron los protagonistas del periodo de mayor esplendor de todas las monarquías hispanas.
Con ellos se inició la Edad Moderna y el Renacimiento en España y en Europa, y con ellos se creó un imperio que fue veinte veces mas extenso que el Imperio Romano, tras la anexión a Portugal a finales del siglo XVI. Pero su historia y la de los reyes y hechos que les precedieron apenas tienen espacio en nuestro recuerdo y, sin duda, fue el largo proceso de integración y de avance de los reinos cristianos el que permitió que España haya sido la nación mas poderosa del mundo del milenio que ha concluido y, sin duda, durante el siglo XVI.


          Fue aquel periodo, de poco más de un siglo de agitación permanente, dentro y fuera de nuestras jóvenes y nuevas fronteras, el que configuró el presente de varias naciones europeas, americanas y asiáticas. Un periodo, durante el que nosotros estuvimos a salvo de nuevas invasiones extranjeras, de las que nuestras tierras ya habían disfrutado o padecido suficientes, desde que el primer homínido, mas o menos erguido, procedente de África, puso el pié en la Península.

          Se puede negar, taxativamente, que durante la gloriosa época imperial el pueblo español se viera especialmente favorecido.
De todo aquel esfuerzo guerrero y conquistador que recayó en gran medida sobre los hombros del pueblo llano, esencialmente sobre el pechero castellano, apenas se obtuvo beneficio. No padecieron escasez, de igual manera, la nobleza, la iglesia, y todo este grande estado social compuesto de funcionarios y tecnócratas que invade la vida pública a partir del siglo XV. Muchos fueron los que se enriquecieron y repartieron cargos, prevendas y gran parte de las recientes riquezas que recibió España procedentes de las Indias Occidentales y que evitaron su bancarrota total, aunque, en gran medida, la malgastaran innumerables recursos en las innumerables guerras con los Países Bajos y con otras naciones y credos hacia los que fluyeron millones de ducados en los bolsillos de nuestros tercios. Tampoco cayeron en muchas manos las tierras arrebatadas al musulmán durante un largo proceso de casi ocho siglos. Si el pueblo llano no alcanzó a disfrutar de los beneficios de las épocas de gloria, cuál no sería su situación en las épocas de decadencia posterior. No es, por tanto, aventurado, ni demagógico, afirmar que la gran mayoría, del siempre sufrido pueblo español, comienza a disfrutar de cierto grado de bienestar bien entrada la segunda mitad del siglo XX, cuando ya solo somos el eco de aquel pasado glorioso, pero injusto.
Esta situación, de permanente necesidad, fue la que nunca permitió que nuestro pueblo pudiera ser tildado de chauvinista, pues nunca pudo sentir una gran admiración por su historia, una historia tan agitada, sorprendente y desproporcionada como la que mas, pero que nunca le permitió vivir desahogadamente, como consiguieron vivir otros pueblos de la Europa de entonces, incluso debajo de la bota hispana.
De todo aquello hubo responsables que la historia ha juzgado, a veces sin excesivo rigor, pues unos cometieron graves errores que no han sido denunciados y otros tuvieron grandes aciertos que no han sido reconocidos.

          Ahora, con la perspectiva que ofrece el conocimiento del pasado, sería fácil concluir que bastante menos fanatismo religioso y algo más de habilidad diplomática con los seguidores de Lutero, Calvino o Mahoma, hubiera sido la mejor receta para consolidar un imperio y extraer de él los beneficios que otras naciones supieron extraer de los suyos. Pero no fue, acaso, aquel exacerbado sentimiento religioso, aquella ideología radical, el cristianismo pre y post tridentino, lo que hizo posible tanta gesta heroica y suicida.

Prehistoria

          Cada día se afirma con mayor rotundidad que la cuna de la humanidad estuvo situada en África ecuatorial hace unos cinco millones de años. Allá por el Lago Tana, nacimiento del Nilo Azul, en los macizos montañosos etíopes, tuvo lugar, al parecer, el comienzo de la divergencia entre los primates y el ser humano. La teoría del paraíso único o de Adán y Eva parece que sigue avanzando, dando razón a las tradiciones reflejadas en la Biblia y en otras mitologías y libros sagrados.



          El hombre primitivo se fué dispersando, durante cientos de miles de años, en todas las direcciones:
- Hacia el norte africano, por el valle del Nilo.
- Hacia Asia, por el sur y el norte del Mar Rojo y por las costas de Arabia.
- Hacia el oeste africano, desde los Lagos Alberto, Victoria, cuna del Nilo Blanco. (El Nilo Blanco se une al Nilo Azul en Jartum), por los numerosos afluentes de los ríos del Zaire y por el río Congo.
- Hacia el sur, por la costa oriental y por los lagos ecuatoriales, Tanganica y Niassa.
Si contemplamos el mapa, físico de África ecuatorial y meridional (el Cabo de Buena Esperanza está en el paralelo 35) podremos comprender que la orografía era propicia para el desarrollo de la vida en condiciones ideales. Además, en aquellas lejanas edades, llovía generosamente y la vegetación era mucho más exuberante que la actual, Así como, hacia el norte de África, los territorios eran más fértiles y los desiertos inexistentes.

          Por otro lado, debemos recordar que la última glaciación mantuvo cubierta de hielo media Europa, posiblemente hasta el paralelo 50. Las glaciaciones del Pleistoceno comenzaron hace dos millones de años y coincidieron con los cambios climáticos que, producidos por la oscilación del eje de rotación de la tierra, se habían iniciado hace dieciséis millones de años.Cambios climáticos que se repetirán, cíclicamente, durante la vida del planeta. Esto provocaba cambios en la vegetación y en el flujo y reflujo, norte sur, de diferentes especies animales, entre la que estaba incluida la de nuestros antepasados más viajeros, más o menos erguidos y de mayor o menor tamaño.

          Entre los restos arqueológicos, encontrados durante la construcción de Londres, había fósiles de elefantes, bisontes, leones, caballos, hipopótamos, mamuts y renos, animales que, normalmente, se asocian con África y el Polo Norte. La configuración geográfica que conocemos de Europa no tiene una antigüedad muy superior a los 10.000 años (finales del Paleolítico Superior), y así como Inglaterra se mantuvo, durante millones de años, unida al continente, España lo estuvo al norte de África. Tanto el Canal de la Mancha, como el estrecho de Gibraltar, son accidentes geográficos relativamente recientes.

          Todo este milenario movimiento humano cristalizó en tres culturas principales localizadas en una de las zonas del planeta más relacionada con nuestra historia: La Semita, África y Asia Menor, que protagoniza los movimientos culturales hasta el año 2.000 a.C. La indoeuropa Occidental, cuya influencia comienza a partir del año 3.000 a. C., originando los pueblos Griegos, Itálicos, Celtas, Venetos e Ilirios, Baltos, Eslavos y Germanos. Y la Indoeuropea Oriental, la de los indoeuropeos que abandonan el sudeste de Europa y se dirigen hacia el este a través del Cáucaso, entre ellos destacan los Hititas, Iranios, Frígios, Mitannios, Escitas, Medos, Persas, Tracios Dacios, Armenios, Lidios e Indos.

Los Íberos

          Los recientes hallazgos arqueológicos de Atapuerca han confirmado que seres de aspecto humano, Homo Hábilis, inteligentes, sociables y que utilizaban utensilios, se instalaron en la península 800.000 años a. C. (Paleolítico inferior).

                                         

          Los Íberos fueron resultado de la evolución de aquellas primitivas culturas prehistóricas de procedencia libio - africana. Y por Íberos fueron reconocidos por los historiadores de la Grecia clásica los antiguos pobladores de la Península, mezcla de individuos de distintas procedencias y culturas.

Los Celtas

          Este pueblo de origen indoeuropeo, procedente de Centroeuropa, estaba constituido por tribus pastoriles y guerreras de cultura avanzada que, en su expansión hacia el oeste, penetran en la península por ambos extremos de los Pirineos a principios del primer milenio a. C. ocupan Cataluña y el valle del Ebro y, por el norte, se asientan en Cantabria, Asturias y Galicia, para descender después por la costa atlántica portuguesa. En la meseta, en Levante y en Andalucía se mezclan con los Íberos, dando lugar al pueblo Celtíbero; pero en Galicia y Portugal mantienen sus asentamientos independientes de los del pueblo Íbero.


           Las primeras noticias escritas sobre los pueblos que habitaban la península proceden de los griegos del siglo VI a.C. que nos citan a los Íberos, Celtas y Tartesios. Estos últimos tuvieron como capital a Tartesos, un lugar no identificado con claridad entre la desembocadura del río Guadalquivir y Huelva.

Los Fenicios

          Los Fenicios aparecen en nuestras costas comerciando con los nativos a partir del 1.200 a.C. y fundan Gadir, cerca de Cádiz, en el año 1.100 a. C. Los Fenicios fueron denominados por los Griegos (Homero) phoinikes. Phoinix significa rojo púrpura.
Una de las habilidades fenicias eran los tintes de los tejidos en ese característico color. También se les llamó sidonios, procedentes de Sidón, ciudad situada entre Tiro y Beirut en la costa de la franja sirio - palestina, la zona del Líbano actual, al norte de Israel.


          Los testimonios arqueológicos mas antiguos que ofrecen la zona fenicia proceden de la ciudad de Biblos, al norte de Beirut. Aquí se encontraron restos de un importante emplazamiento neolítico del siglo V a. C. definido como el mas importante de aquella época en el área mediterránea. Los primeros habitantes, además de dedicarse a la agricultura, el pastoreo y la pesca, inician una abundante producción de tejidos e hilados que serán característicos de Fenicia en toda su historia. Una historia que no empieza a escribirse, como tal, hasta el siglo XII a. C. Es conocida, indirectamente, gracias a los historiadores griegos Herodoto, Diodoro Sículo, Arriano y en época posterior gracias al, también, griego Flavio Josefo (siglo I d. C.) que hace referencia a "Los Anales de Tiro" como principal legado de la historiografía fenicia escrito en esa lengua, obra que se perdió en la noche de los tiempos.

          En la península Ibérica, Gadir, llegó a ser un importante centro de comercio y de la ruta del estaño procedente de las minas del área nor - occidental del país. Sabemos que, en busca de estaño y de otros metales, las naves fenicias rebasaron las columnas de Hércules y que, navegando por la costa atlántica, hasta Britannia y Cornualles. Los Fenicios se llevaban la plata a cambio de otras mercancías que los nativos apreciaban. 
Diodoro Sículo relataba ".....el país posee las más numerosas y las más hermosas minas de plata... " los indígenas ignoran su uso. Pero los Fenicios, que son tan expertos en el comercio, compraban esa plata con el trueque por otras mercancías. Por consiguiente llevando la plata a Grecia, a Asia y a todos los restantes pueblos, los Fenicios obtenían grandes ganancias. Así, ejerciendo dicho comercio durante tanto tiempo, se enriquecieron y fundaron numerosas colonias, algunas en Sicilia y las islas cercanas, otras en Libia, en Cerdeña y en Iberia "(...y nosotros siempre tan desprendidos)". Pero no solo obtenían plata de Iberia sino, además, cobre, estaño y oro. Este preciado metal era, también, obtenido en el interior de África, desde donde era transportado hasta las colonias costeras y sobre todo Cartago.

Los Griegos

          Aprovechando la decadencia fenicia y la expansión griega por el Mediterráneo. Los Griegos comenzaron a comerciar con Tartesos en el siglo VII a. C. y fundaron colonias en las costas de Iberia: Ampurias, Rosas, Mainaké y otras. Los enfrentamientos entre griegos y fenicios, por el dominio del Mediterráneo, se mantuvieron hasta la expansión romano cartaginesa.

Los Cartagineses

          Cartago ocupó una zona de la actual Túnez. Fue fundada por Elisa, hermana del rey fenicio Pigmalión (814 a. C.) que tuvo que huir de Fenicia al ser asesinado su tío y protector Acherbas, sacerdote de la diosa Astarté (Juno), por orden de Pigmalión.
Tras pasar por Chipre, donde se unen a los fugitivos el sumo sacerdote de Astarté y ochenta muchachas destinadas a la prostitución sagrada, llegan al lugar que mas tarde será Cartago, que significa ciudad nueva "car - hadsht". Para asegurar a los suyos un espacio adecuado, Elisa, cuenta la leyenda, recurrió a la astucia con los nativos: les compró un espacio equivalente al que se pudiera cubrir con una piel de buey. Cortó la piel en finísimas tiras y, uniéndolas por sus extremos, rodeó la colina sobre la que se edificó la ciudad de Byrsa (piel de buey). Poco tiempo después los pueblos de los alrededores rindieron homenaje a Cartago.

         La ciudad se desarrolló floreciente y pronto comenzó a extender sus dominios. En el año 654 a. C. los cartagineses fundan una colonia en Ibiza. Hacia el año 600 tratan de impedir que los griegos se establezcan en Marsella, pero pierden la batalla naval entablada con ese fin. En el 550 toman parte de Sicilia a los griegos e intentan, sin éxito (535 a. C.), a pesar de las colonias fenicias en la isla, hacerse con Cerdeña. Sin embargo, mediante una alianza con los etruscos, que dominaban la mitad norte de Italia, así como los griegos la sur y Sicilia (Magna Grecia), conquistaron la costa occidental de Córcega.
         
          Magón, rey de Cartago, fundó una dinastía y tuvo como descendientes a Amílcar y Asdrúbal. Estos nombres, así como el de Aníbal, se repetirán con frecuencia en la historia de Cartago.

          En el año 500 a. C. los cartagineses arrasan Tartesos, poco después de ocupar Baleares. Amílcar Barca sometió algunos territorios ibéricos y Asdrúbal fundó Cartago Nova (Cartagena).
Aníbal, hijo de Amílcar, llegó hasta el Ebro. A finales del siglo III a. C. la mitad sur de la península estaba bajo dominio cartaginés. Aníbal conquistó Sagunto, ciudad protegida por Roma, y así se desencadenó la Segunda Guerra Púnica en el año 218 a. C. Aníbal y su ejército avanzaron hacia Italia por tierra, superando los Pirineos, la Galia y los Alpes. Aníbal trató de ganarse los territorios italianos para que formaran una confederación con Cartago, pero Roma se revitalizó y conquisto Siracusana, Capua, y en el 209 a. C., Cartagena.

                                    

          Finalmente, los romanos pasaron a África y el general romano Publio Cornelio Escipión, en alianza con el rey de los númidas, Masinisa, derrotó a Aníbal en Zama (204 a. C.) Las condiciones de la rendición fueron muy gravosas: los cartagineses tuvieron que renunciar a sus posesiones en Iberia y a los territorios ocupados en África; tuvieron que destruir su flota, pagar fuertes indemnizaciones a Roma y les fue prohibido hacer la guerra sin consentimiento romano. A pesar de los esfuerzos de Aníbal por levantar a su pueblo no lo consiguió e incluso fue desterrado. Por último, se quitó la vida para evitar ser entregado a los romanos.

          Mientras, Masinia, había provocado de tal forma a sus antiguos aliados que provocó la Tercera Guerra Púnica con los romanos (149 - 146 a. C.), que terminó con la total destrucción de Cartago.

Los Romanos

          Con la conquista de Cartagena se inicia la dominación romana de la Península Ibérica. En el año 197 a. C. es dividida en dos provincias Celtiberia y Lusitania, aunque esto no significa el total control de los territorios; pues los nativos no soportaban ni los impuestos de los pretores, ni los incumplimientos de los pactos alcanzados. Como ejemplo de esto último, Galva, en Lusitania, reunió a gran número de Lusitanos con la promesa de repartirles tierras de cultivo y, una vez reunidos, pasó a cuchillo a unos y vendió como esclavos al resto. Esto provocó la rebelión de Viriato (150 a. C.) que, tras algunas victorias, también terminó siendo traicionado y asesinado en el año 139 a. C.



          A todo esto, una nueva guerra se había entablado. Su gesta más conocida fue la resistencia a los romanos de la ciudad de Numancia. Tras un largo asedio se rindió a Escipión Emiliano, pero gran parte de los numantinos se dieron muerte (133 a. C.).

A partir de entonces, las peleas por el poder se entablan entre diferentes facciones romanas. El pretor Sertorio alcanza el predominio sobre las provincias y organiza Hispania como una nueva Roma. Esto provocó un grave enfrentamiento con Roma y Sila envió al general Cneo Pompeyo. Con el asesinato de Sertorio se restableció la paz en el año 72. Pero, de nuevo, se produce un enfrentamiento entre Cesar y Pompeyo que terminó con la paz hasta que los pompeyanos fueron derrotados en Munda, en el año 45.

          En el año 29, la rebelión de cántabros y astures obliga a Augusto a combatirlos personalmente, la rebelión es sofocada por Agripa en el año 19 y se alcanza un nuevo periodo de paz.                                   


          Augusto reorganizó el país y lo dividió en dos provincias imperiales: Lusitania, con capital en Mérida, y Tarraconensis, con capital en Tarragona; y una senatorial, la Bética, con capital en Córdoba.
Aunque los valles del Guadalquivir y del Ebro quedaron fuertemente romanizados, no ocurrió lo mismo con el norte y noroeste (Gallaecia) que conservaron en gran medida sus costumbres. Un ejemplo fue la conservación del vascuence en el País Vasco y del celta en Galicia. Aunque no hay una sola provincia en la que no se conserven señas y monumentos de la civilización romana.




          Los romanos aplicaron en Hispania el mismo patrón colonizador que en el resto del imperio: Calzadas, acueductos, fortificaciones, puentes, presas (Proserpina en Mérida), faros (Torre de Hércules en la Coruña) y una nueva concepción de las viviendas privadas. Favorecieron el comercio y fomentaron la agricultura con la introducción de nuevas especies vegetales y nuevas técnicas de cultivo.

Suevos, Vándalos y Alános

          En el año 409, bajo los emperadores Arcadio y Honorio, hijos del emperador, de origen español, Teodosio y en plena decadencia del Imperio Romano de Occidente, Hispania fue invadida por tribus bárbaras que cruzaron los Pirineos por varios puntos. Los bárbaros, tras sembrar el terror por donde pasaban y dejar los campos arrasados y llenos de cadáveres insepultos, se repartieron el país. Los suevos ocuparon Galicia; los alanos, Lusitania y la Cartaginense; y los vándalos se instalaron en la Bética, que recibió el nombre de Vandalusía.
Pocos años después, llegaron nuevos invasores, como aliados y en auxilio de los romanos, los visigodos. Bajo su presión los vándalos abandonaron la Bética y, conducidos por Genserico, se adentraron en África.

Los Visigodos

Ataulfo - El primer Rey visigodo en España

          Los visigodos, pueblos de origen Germano, bajo el mando de su caudillo Alarico, destruyeron Roma el 24 de Agosto del 410.
Tras un saqueo que duró tres días, cargados de botín y esclavas, se retiraron a la Italia meridional. Poco después muere Alarico y le sucede Ataulfo que también había participado en el asedio de Roma.

          Ataulfo acarició la idea de fundar un imperio sobre las cenizas del romano, pero pensando que su pueblo no estaba preparado para asumir las instituciones romanas, creyó más conveniente colaborar en el resurgir del Imperio Romano.
Honorio pese al odio que sentía por los visigodos no tuvo más remedio que aceptar la ayuda que se le ofrecía.

          Ataulfo consiguió restablecer la autoridad de Honorio en las Galias y se casó, en Narbona, con Gala Placidia, hija del emperador Teodosio y hermana de Honorio, que había sido tomada como prisionera durante el saqueo de Roma. El hecho de que un godo se desposara con una dama de semejante alcurnia, sin consentimiento del emperador, tuvo una gran influencia sobre el destino del imperio y sería una de las causas de la invasión visigoda de España.

          Constancio, consejero y ministro de Honorio, que también deseaba a Gala Placidia y envidiaba el poder que iba alcanzando Ataulfo, pidió a Honorio que exigiera la devolución de Gala Placidia. Así lo hizo éste, pero Ataulfo se negó.
Constancio aprovechó la situación para, tras aliarse con las tribus bárbaras del Rin, acosar a Ataulfo que, presionado por fuerzas mayores, incendió Burdeos, cruzó los Pirineos y conquistó Barcelona (año 414). Allí nació su hijo que recibió el nombre de su abuelo, el emperador Teodosio, y bajo cuyo mando hubieran podido unirse romanos y visigodos en un nuevo imperio, pero Teodosio murió pocos meses más tarde. Su cuerpo recibió sepultura en un sarcófago de plata en la catedral de Barcelona.

          La intención de Ataulfo fue la de arrojar a los bárbaros y construir un reino gótico en España, pero no tuvo tiempo, pues fue asesinado por Dubio (año 415), alentado por Sigerico, miembro de su séquito, que deseaba reemplazarle en el mando e iniciar una guerra más agresiva contra los romanos. Sigerico fue proclamado rey y ordenó matar a los seis hijos del primer matrimonio de Ataulfo. Gala Placidia fue tratada con crueldad y obligada a caminar veinticuatro kilómetros, junto a otras esclavas, delante del caballo que montaba Sigerico, Sigerico fue asesinado meses después por instigación de Walia, hermano de Ataulfo, que le sucedió en el trono.

          Walia pactó con Constancio la paz y obtuvo un soberbio rescate por Gala Placidia. Y mientras los romanos se encargaban de avituallar al pueblo visigodo, estos se encargaron de luchar contra suevos, vándalos y alanos. El emperador Honorio continuó haciéndose la ilusión de que la sometida Hispania seguía perteneciéndole y recompensó a Walia con la Aquitania, desde el Loira hasta Burdeos, con lo que se dio nacimiento al reino visigodo de la Galia. Walia y sus sucesores fueron, desde entonces, los reyes de un pueblo y de un reino.



          Ataulfo, aunque solo dominó parte de la Tarraconense, puede ser considerado el primer rey visigodo de España.

La dominación visigoda

          Hacia el año 467 los visigodos dominaban gran parte de la Península y, bajo el reinado de Eurico (467 - 484), sus territorios se extendían más allá de los Pirineos y la capital era Toulouse. En el año 507, Alarico II, sucesor de Eurico y seguidor de la herejía arriana se enfrentó con Clodoveo, rey de los francos, y fue derrotado. Esta derrota supuso la pérdida de los territorios de la Galia excepto la provincia de Septimania (ancha franja de la costa francesa sobre Cataluña, en parte coincidente con el Rosellón). El reino visigodo quedó confinado en la Península que era compartida con los suevos del noroeste y con los bizantinos, que ocuparon el sur. 
          Atanagildo (554 - 567) fijó la capital en Toledo. A Atanagildo le sucedió Liuvia I y a este Leovigildo (568 - 586) que reformó las leyes para facilitar la convivencia de hispanoromanos y visigodos, reforzó la autoridad real y destruyó el reino suevo; pero no consiguió la unidad religiosa bajo el arrianismo. Su hijo Recaredo (568 - 601) y el pueblo godo abrazaron el cristianismo y así se logró la unidad religiosa. (Cuando en el año 313 se publicó el Edicto de Milan, por el que el Imperio Romano hacía del cristianismo la religión oficial, ya había en Hispania 19 obispados). La unión territorial la consiguió Suintilla (621 - 631) al expulsar del país a los bizantinos. Con Recesvinto (653 - 672) se publica su Código, Liber ludiciorum, que fue aplicable por igual a godos e hispanoromanos, consiguiéndose la unidad judicial para todos. 
          Apenas lograda la unidad, frágil y contradictoria, surge una nueva amenaza. Bajo el reinado de Wamba (672 - 680) asoman por primera vez las naves musulmanas en las costas meridionales y, en el año 711, los musulmanes, bajo el mando de Tarij-ben-Ziyad, uno de los generales de Musá Ibn Nusair, el famoso moro Muza, cruzan el estrecho de Gibraltar para intervenir en la lucha dinástica de los visigodos, provocada por la aspiración al trono de los hijos de Witiza frente a Don Rodrigo, vencen con facilidad al rey Rodrigo y se extienden, sin apenas resistencia, por gran parte de la Península.



          Ante la facilidad de la invasión, olvidaron a los hijos de Witiza (702 - 710), y organizaron el gobierno como un emirato dependiente de la dinastía Omeya de Damasco. Los sucesores de los primeros invasores extendieron la conquista hasta Francia, pero allí fueron derrotados por Carlos Martell en la batalla de Poitiers (año 732).

Don Rodrigo y la invasión musulmana

          A pesar de la insistencia de la viuda del rey Witiza para que coronaran al mayor de sus hijos, los nobles decidieron elegir rey a Don Rodrigo, hasta entonces gobernador de la Bética y un gran guerrero. Pero los deudos de Witiza decidieron nombrar otro rey en la persona de Águila II, cuyo parentesco con aquel no estaba muy claro. La guerra civil estalló y Rodrigo no pudo dominar las provincias de Cataluña y Septimania, donde reinaba Águila II.

          Un bereber, Olbán, el famoso Conde don Julián del romancero, católico y amigo de los visigodos hasta que, cuenta la leyenda, su hija, la hermosa Florinda, fue ultrajada por el rey Witiza. Entonces, como venganza, entregó la ciudad de Ceuta a Muza, se convirtió en su aliado y le animó a conquistar España. Les proporcionó barcos y de esta forma un cuerpo expedicionario penetró en la península y saqueó, sin encontrar casi resistencia, varios pueblos cercanos al lugar del desembarco, regresando a Ceuta con el botín. El Conde don Julián se convirtió al Islam y, tras la conquista árabe, recibió tierras en  España como recompensa por sus servicios a la causa de la media luna.

          En la primavera del 711, Rodrigo, sin hacer caso de lo que consideraba una razzia más de los musulmanes, se dirigió al norte para someter a los vascones, con la intención de dirigirse después contra Águila II, en Cataluña, una vez estuvieran sometidos. Mientras, los descendientes y partidarios del difunto Witiza seguían intrigando para que Muza les ayudara a retomar el poder. Muza accedió, y el 28 de abril de 711, 7.000 hombres se embarcaban, en naves también proporcionadas por el Conde don Julián, y tras cruzar el Estrecho se fortificaban en Gibraltar, antes de emprender la marcha hacia el norte.

          Enterado Rodrigo, se trasladó a Córdoba y se aprestó a la batalla reuniendo a los nobles, incluidos los descendientes de Witiza que estaban dispuestos a traicionarle desde sus mismas filas de combate. A todo esto, Tariq había recibido 5.000 hombres como refuerzo enviado por Muza. Como estaba previsto, los hijos de Witiza convencieron a parte de las tropas para que abandonaran la batalla con la excusa de que los africanos solo venían para devolver el poder a sus legítimos herederos. La batalla final tuvo lugar en Medina Sidonia, en el lago de la Janda. Los witizianos abandonaron el combate y Rodrigo, que estuvo en persona al mando del cuerpo central del ejército, murió o todavía vaga por aquellas tierras, pues nunca más se supo de él, con las tropas restantes, marchó sobre Toledo.

                                                                    Musá Ibn Nusair

          Al año siguiente, Muza desembarcó en España con un ejército de 18.000 hombres y tomó Sevilla y varias ciudades. El 30 de Junio de 713 cayó Mérida, tras una fuerte resistencia. En el 714 Tariq y Muza sitiaron Zaragoza y mientras duró el asedio Tariq avanzó hacia Cataluña. Otras expediciones penetraron en Galicia. Cuando Muza y Tariq fueron llamados a Damasco por el Gran Califa al-Walid, la conquista había casi concluido con la excepción de los focos siempre bárbaros del norte, impermeables a cualquier invasión (adoramos las cocoxas).

          La facilidad d y rapidez de la conquista se debieron:
por un lado, a la colaboración en ella de los traidores Witiza, y por otro, a la pasividad del pueblo llano, harto como estaba de los abusos de los señores feudales y de la iglesia. Abolir la esclavitud hubiera sido algo imposible en el siglo VII, pero intentar imponer más justicia y medidas más liberales hubiera sido más evangélico. La iglesia abrazaba como siempre a sus privilegios no quiso provocar el enojo de los príncipes. Una vez más es necesario concluir, que del burdo o sutil equilibrio entre la iglesia y los poderosos han surgido las civilizaciones de cualquier signo, y que cuanto más fuerte ha sido esa unión, más grandes han sido los imperios, mas desgraciado el pueblo y más estrepitosa la caída del dichoso Imperio.

La Reconquista

          Los hispano-godos que no quisieron someterse a la dominación musulmana se refugiaron en las montañas de Asturias y en los altos valles de los Pirineos. Desde estos lugares se inició la reconquista, una rebelión contra el invasor que se mantuvo durante más de siete siglos.

         Al frente de la rebelión de los astures se puso Don Pelayo, noble godo y primer rey (718 - 737) de Asturias y León, que obtuvo su primera victoria sobre el Islam en Covadonga (722).
Años después, su sucesor, Alfonso I (739 - 757), recorió el Valle del Duero y trasladó, hasta Asturias, a los cristianos que por allí estaban desperdigados. De esta forma, consolidó su pequeño reino y la meseta septentrional se convirtió en un territorio de nadie entre los dominios musulmán y cristiano.


                                                                      Don Pelayo
          La dinastía Omeya de Damasco fue derrocada y subió al poder la dinastía Abassí de Bagdad. Uno de los supervivientes, Abderramán ben Omeya, se trasladó a Córdoba y se proclamó emir independiente (756 - 788). Las luchas internas en la Península propiciaron que Carlomagno, rey de los francos, penetrara hasta el sur de los Pirineos, en una zona donde los pamploneses habían logrado mantener cierta independencia apoyándose, según les convenía, en astures, musulmanes o francos.

         Con Abderramán III (912 - 961) se consolida el califato de Córdoba, que se extendía hasta el valle del Duero y más allá de Ebro. El califato independiente se convirtió, durante más de un siglo, en el centro cultural y comercial más activo de occidente. Allí acudían filósofos, médicos, geógrafos, historiadores y artistas de todo el mundo musulmán. El califa Al-Hakam II (961 - 976) llegó a reunir una biblioteca de 400.000 volúmenes. Pero el califato tuvo una vida muy corta. Tras la muerte, en el año 1002, del general Almanzor que había conseguido, mediante el despliegue de una gran actividad bélica, que los cristianos se replegaran a los mismos territorios en los que se habían refugiado cuando se inició la reconquista, la autoridad de los sucesivos califas, diez entre los años 1009 y 1031, se resquebrajó de tal forma que la España musulmana se disgregó en numerosos y pequeños reinos de taifas entre los que sobresalieron los de Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza y Valencia por su gran actividad cultural y su nivel de vida.

          Mientras el califato se disgregaba, el rey de Navarra Sancho el Mayor (Sancho Garcés III, 1000 - 1035) consiguió extender su influencia a toda la España cristiana, desde los condados catalanes hasta el reino de León. Pero, en su testamento, repartió sus dominios entre sus tres hijos.
García de Nájera le sucedió en Navarra; Ramiro recibió el condado de Aragón y adoptó el título del rey, y Fernando recibió Castilla que había sido convertida en reino, al que por herencia unió el reino de León, a la muerte sin sucesión de su cuñado, Bermudo III (primera unión).

          A todo esto, los condados catalanes se enmarcaban en la denominada Marca Hispánica. Francos o gente de Barcelona, les llamaban en los otros reinos peninsulares, pero los francos les llamaban hispanos. El sentimiento catalán se formó por la oposición a francos y musulmanes. El primero de los condes de Barcelona fue Wifredo I, el Velloso (Gifre, el Pelós) (874 - 897) (1035 - 1076).
El Pelós, inició una dinastía que consiguió independizarse de la monarquía carolingia con Borrell II (947 - 992), pues se negó a rendir vasallaje al monarca franco, Hugo Capeto; Ramón Berenguer I consiguió crear Cataluña, ya que aglutinó bajo la autoridad del Conde de Barcelona todos los otros condados, configurando de esta manera el principado en ciernes. En lo referente a la legislación civil, mandó recopilar (1068) los usos y costumbres de Barcelona en un códice llamado en latín Usatici, que, traducido al catalán con el nombre de USATGES, regulaba las relaciones entre señores y vasallos.

          Todos los nuevos reinos y condados continuaron su lucha por extender sus territorios y forzaron a muchos de los reinos de taifas a pagar tributo. Esto, unido a la mejoría económica por la entrada de peregrinos que recorrían el camino de Santiago, reforzó la situación de prosperidad de los reinos cristianos. El avance de la reconquista, y especialmente la toma de Toledo el 6 de Mayo de 1085 por el rey Alfonso VI de Castilla (1065 - 1109), obligó a los reinos musulmanes a pedir ayuda a sus vecinos del norte de África, los almorávides, grupo de religiosidad intransigente.

Yusuf ben Tasfin, tras reunir más tropas en Sevilla y en Granada, venció a Alfonso VI el Bravo en la batalla de Zalaca (1086). Con esta derrota se inicia para Alfonso, tras catorce años de sonados éxitos militares y políticos, un periodo de desgracias e infortunios a pesar del inestimable apoyo de su vasallo El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar.

          Yusuf consiguió unificar la España musulmana bajo su poder y expulsó a los soberanos de los diferentes reinos de taifas; con ello puso fin a la brillante cultura hispano musulmana. Frente a la carencia de un arte almorávide, el arte cristiano se materializó, entre otras manifestaciones, en una gran expansión de iglesias y monasterios de estilo románico.

          A mediados del siglo XII, la reconquista había experimentado un notable avance, tanto en Castilla, como en Aragón. Pero Alfonso VII (1126 - 1157) dividió el reino entre sus dos hijos, Sancho III de Castilla y Fernando II de León, con lo que se inicia un periodo de rivalidad entre los dos reinos.

          Mientras Portugal y Navarra afianzaban su independencia, Aragón y Cataluña se habían unido (1137) por el compromiso de matrimonio entre la heredera del reino de Aragón, Petronila, que solo contaba dos años de edad, y el conde Catalán Ramón Berenguer IV (1131 - 1162) que había heredado los condados catalanes, a excepción del de Provenza y las tierras del otro lado de los Pirineos que correspondieron a su hermano Berenguer Ramón.

          Ramón Berenguer prometió respetar los fueros, usos y costumbres aragoneses, y solo detentó el título de Príncipe de Aragón, nunca el de rey. Ramón Berenguer fue un excelente diplomático que además de consolidar la unión definitiva entre el reino de Aragón y el condado de Cataluña obtuvo notables triunfos en la guerra contra los musulmanes. A cambio de su alianza con Alfonso VII de Castilla, el Emperador de los reinos cristianos españoles, contra Sancho VI de Navarra y de reconocer al rey de Castilla su Alta Señoría sobre todas las tierras de España, consiguió que se le reconocieran los derechos de conquista que los catalano-aragoneses tenían sobre las tierras de Valencia y Murcia y no pagar tributo, ni rendir vasallaje al rey castellano.

          Petronila, que siempre había delegado las tareas de gobierno en su capaz esposo, quedó viuda a los veintiocho años y abdicó en su hijo primogénito, Ramón Berenguer, que, en memoria de su tío Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, adopto el nombre de Alfonso II. Alfonso solo tenía 12 años de edad y contó, por acuerdo en vida de su padre, con la protección del monarca británico Enrique II de Plantagenet, duque de Aquitania por su matrimonio con Leonor de Aquitania.

Seguimos con la reconquista

          La intervención de los Almohades representó una grave amenaza para los reinos cristianos, especialmente para Castilla donde se creó, como medio de defensa, la orden militar de Calatrava en 1158. En 1195, Alfonso VIII de Castilla es derrotado en Alarcos. La reacción cristiana llegó en el año 1212 y en la batalla de las Navas de Tolosa los reyes de Castilla, Aragón y Navarra al frente de sus respectivas tropas, derrotaron al ejército almohade, lo que significó el fin de su poder. La expansión de los reinos cristianos seguía avanzando.

           Después de las Navas de Tolosa, la España musulmana fue cayendo en poder de los cristianos. Tras la conquista de Mallorca (1229) y Valencia (1238) por Jaime I de Aragón; de Córdoba (1236) y Sevilla (1248) por Fernando III de Castilla y León, y de Cádiz y el reino de Murcia por Alfonso X; solo quedó en manos musulmanas el reino de Granada, que subsistió dos siglos como vasallo y tributario de la corona de Castilla, esta demora en completar la reconquista fue debido a las frecuentes luchas internas en este reino.

         

Alfonso X "El Sabio"

          La rápida extensión de esta última fase de la Reconquista y la escasez de población de los reinos cristianos hicieron que parte de la población musulmana permaneciera en sus tierras, tributando a los nobles o a las órdenes militares que habían apoyado a la corona en la conquista. Así se formaron los latifundios de Sur de España y Portugal. La nobleza, con una clara falta de visión que respondía al desprecio por el trabajo manual que tan graves consecuencias tuvo para España en los siglos siguientes, dedicó con preferencia sus tierras a la ganadería en perjuicio de la agricultura que tan sabiamente se había desarrollado en la España Musulmana, esto supuso convertir Castilla en una potencia lanera.

(En el siglo XVI se estimaba que pastaban en la Península unos cinco millones de merinas, casi un borrego por habitante, cuya lana era transformada fuera de España en tejidos diversos. Tejidos por los que se pagaba diez veces más de lo que se había cobrado por las materias primas necesarias para elaborarlos.)

          Frente al creciente poder de la nobleza, la monarquía buscó el apoyo de los municipios, que habían adquirido consciencia de su carácter y su fuerza, de forma que en las Cortes comienzan a participar, además del clero y de la nobleza, representantes de este nuevo y pujante poder. Con las nuevas formas de vida y de economía, surgen nueva órdenes religiosas, como los franciscanos, que se mantienen en estrecho contacto con el pueblo y está siempre de su parte en las ocasiones de conflicto con la nobleza.

          Durante el siglo XIII, el reino de Castilla, por su situación económica desahogada, conoció un importante desarrollo de la arquitectura. Se levantaron iglesias de diferentes estilos. De puro estilo gótico, continuación de románico, son las catedrales de Cuenca, Sigüenza, Toledo, Burgos y León, algunas de las cuales son completadas o rematadas en siglos posteriores. A finales del siglo XIII y principios del XIV, se inicia la construcción de las grandes catedrales de la corona de Aragón: Palma de Mallorca, Gerona y Barcelona. La numerosa población musulmana de Aragón justifica la existencia de varias torres mudéjares, de las cuales, Teruel, posee un conjunto excepcional.

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